Durante la presente temporada previa a los Oscars — en especial ahora con los Globos de Oro —, rondan las menciones de los posibles nominados o, bien, aquellos que serán ganadores de la próxima entrega de premios de la academia. Entre las actrices favoritas recurre Natalie Portman por su actuación en “Black Swan”. El filme dirigido por Darren Aronofsky, efectivamente, hace valer la presencia de la actriz y la potencia al máximo. Siguiendo con los personajes atormentados del director, “Black Swan” muestra a una bailarina obsesionada con la perfección, en un mar de reflejos y dualidades. Un thriller psicológico que tiene como contexto el difícil y exigente mundo del ballet profesional.
En el ocaso de la carrera de su estrella principal, el director Thomas Leroy (Vincent Cassel) busca una nueva prima ballerina entre las integrantes de su compañía. La elegida será protagonista de una nueva versión, más real y visceral, del ballet El Lago de los Cisnes, original de Tchaikovsky. En esta adaptación, aquella que resulte elegida como Reina Cisne deberá interpretar dos papeles: el cisne blanco, puro e inocente, y el cisne negro, su gemela malvada, de presencia poderosa, sensual y relajada. Automáticamente los ojos de Leroy van sobre Nina Sayers (Portman), una bailarina dedicada, con técnica impecable, quien queda perfecta para personificar el cisne blanco. Pero, ¿logrará transformarse en un cisne negro?
Tras una breve demostración de lo que es capaz, Nina es elegida para la parte, ocupando el espacio de Beth Macintyre (Winona Ryder) dentro de la compañía; para Leroy, una nueva «pequeña princesa» — porque no es casualidad el parecido entre ambas actrices —. Seguimos a Nina durante su preparación, la cual le exige bastante tanto a nivel físico como a nivel emocional. La presión aumenta con la llegada de Lily (Milla Kunis), bailarina transferida de California, quien tiene las cualidades perfectas para ser el cisne negro — además que representa todo lo que no es la misma Nina —. La situación no es menos tensa en casa, pues Nina vive con su madre, una ex-bailarina que renuncia a su carrera para dedicarse de lleno a apoyar a su hija; asfixiante y manipuladora, mantiene a su pequeña en un cuarto infantil, como si tratara de conservar su pureza. Así mismo, Sayers se encuentra bajo la sombra de Macintyre, por la que tiene admiración y envidia a la vez.
Conforme se desarrolla la trama, como espectadores, notamos elementos importantes en la transformación de Nina: los reflejos — tanto en superficies como en los personajes que la rodean —, las dualidades marcadas en varios niveles — desde los personajes hasta los planos de la realidad y la imaginación — y la obsesión, lo que finalmente se convierte en locura. La metamórfosis ocurre de menos a más, de manera sutil. Como apoyo encontramos el exquisito diseño de producción gracias al trabajo de Thérèse DePrez, la cámara en mano de Matthew Libatique y, en especial, los arreglos de la banda sonora acreditados por Clint Mansell.
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